Aquel día era la primera vez que el sol salía
rojo durante todo el otoño. Era el primer día caluroso desde hacía mucho
tiempo, y el primer día que llegaban comerciantes extranjeros a la aldea.
Durante todo el invierno había nevado tres meses seguidos y apenas habían
aparecido viajeros en la pequeña ciudad. Aquel era el primer día del final del
invierno. Aquel día, lo primero que sintió Kenni al salir de casa fue el calor
del sol contra su piel y el murmullo de los árboles, cuyas hojas se mecían al
son de una brisa cálida. Echó a andar por las calles de la aldea, y sentía que
la tierra quemaba bajo sus pies. El ajetreo parecía ir acorde con el tiempo.
Aquel día la gente se arremolinaba en las calles, las cuáles estaban plagadas
de pequeños puestos de comida, tiendas de antigüedades y diminutas librerías.
Kenni paseó entre la gente sin prisa, compró un par de panecillos caseros
recién horneados en uno de los puestos, y se dirigió a la calle en la que había
quedado con su mejor amigo. Nada más acercarse a la esquina en la que
desembocaba, le vio. Era un muchacho alto y pecoso, de pelo castaño claro y
rizado, y con una sonrisa amplia y transparente que le dedicó en cuanto la vio
acercarse. Cuando llegó junto a él, Kenni le dio un beso en la mejilla y le
enseñó el paquete que llevaba.
-¿Qué has comprado?- le preguntó él.
-Unos bollos caseros. Pruébalos, Jue. Te
gustarán.
Él cogió uno de la bolsa y le dio un mordisco.
Puso los ojos en blanco e hizo una mueca de asco exagerada. Ella le pegó en el
hombro al tiempo que reprimía una carcajada.
-Que es broma, que están muy buenos- se
apresuró a decir Jue.
Ella sonrió y cogió otro de los panecillos de
la bolsa.
-Bueno, ¿a dónde vamos?
-Ven, te voy a llevar a un sitio que sé que te
va a encantar. Está fuera de la aldea, pero tampoco se tarda tanto en llegar-
Jue la cogió de la mano y la arrastró a través de las calles hasta que dejaron
el centro atrás.
Como la aldea no era pequeña, tardaron un rato
en divisar la muralla que la separaba del bosque exterior. La muralla llevaba
allí desde la Guerra de los Pueblos. Esa guerra era una antigua, aunque no
olvidada, historia sobre el origen de las cinco naciones en las que estaba
dividida la Tierra del Fuego, y una historia sobre el nacimiento de los
Guardianes.
Los Guardianes. Las personas que habían nacido
con magia en las venas. Tanto Kenni como Jue, junto con muchos más adultos,
niños y ancianos, lo eran. O lo serían en un futuro, cuando aprendieran a
controlar su chacra o su poder. Todos los Guardianes tenían poder sobre algún
elemento. Por ejemplo, Jue controlaba la tierra, las plantas, la naturaleza y
todo lo que estuviera relacionado con ello. Jue podía hablar con las flores y
hacer que un árbol joven creciera en escasos minutos hasta alcanzar el tamaño
de uno de varios siglos de edad. A Kenni, por su parte, la obedecía el viento.
Ella podía conocer el paradero de distintos objetos o personas por medio del
aire, o podía hacer que sus pies adquirieran una velocidad muy poco común.
Todas esas habilidades las enseñaban en las Escuelas. Cada ciudad, cada pueblo
y cada aldea debían tener por lo menos una.
Cuando Kenni y Jue llegaron a la muralla,
atravesaron el portón principal por el que aquel día pasaban numerosas
personas, y salieron al exterior.
-Vale, ¿y ahora a dónde?- preguntó Kenni.
-¿Serás pesada? No voy a decírtelo hasta que
lleguemos.
Ya iba a empezar a refunfuñar cuando Jue le
guiñó un ojo y salió corriendo en dirección a la espesura.
-¡Eh! ¡Pero espérame!
Ella se apresuró a seguirle para no perderle
de vista. Al tener poder sobre las plantas, Jue se movía con increíble agilidad
en el bosque. Kenni tuvo que hacer bastante esfuerzo para mantener su ritmo y
no perderle. Avanzaron hasta que perdieron de vista la aldea y su alboroto, se
alejaron hasta que estuvieron internos totalmente en el bosque, solos con los
árboles y el silencio.
Kenni no podía dejar de mirar a su alrededor
para apreciar los miles de tonos verdes y los miles de tipos de hojas de los
árboles. Había estado incontables veces en ese bosque, y siempre que volvía le
sorprendía su belleza tanto como la primera vez. De pronto se dio cuenta de que
le había perdido la pista a Jue. Disminuyó el ritmo hasta que finalmente paró
de correr. Miró a su alrededor, pero no había ni rastro de su mejor amigo.
-Mierda- farfulló.
Ya iba a llamar al viento para localizarle a
través de él, cuando alguien le chistó desde lo que parecía ser la copa de un
árbol. Kenni alzó la mirada y descubrió
a Jue sentado en la rama de un árbol, justo por encima de su cabeza.
-¿Qué, ya te habías perdido?
-Muy gracioso.
-Muy gracioso.
El soltó una carcajada y bajó hasta el suelo.
-Bueno, ¿ya hemos llegado?
-Aún no, pero ya estamos muy cerca- la animó él.
A Kenni no le quedó más remedio que seguirle
entre la maleza, esta vez andando. Había ido al bosque muchas veces con Jue, y
por eso le intrigaba el sitio al que él quería llevarla. Conocía a Jue,
básicamente, desde que tenía uso de razón. Sus padres eran íntimos amigos y de
pequeños ellos se pasaban el día uno en casa del otro. En todos esos años, su
amistad no había hecho más sino que aumentar. A veces, incluso, Kenni creía
sentir hacia él algo más. Pero eran ocasiones contadas y el sentimiento
desaparecía tan rápido como había llegado.
De todas formas, lo último que quería hacer
era hacer o decir algo que pudiera estropear su amistad con Jue. De pronto él
se detuvo en seco y ella estuvo a punto de chocar contra su espalda.
-¿Hemos llegado?
-Sí- contestó él.
-¿Y a qué esperamos?
-Cierra los ojos.
Kenni puso los brazos en jarras.
-¿Qué? Jue, me vas a llevar a un sitio en
mitad del bosque, no puede ser para tanto- repuso.
-Venga, tú hazlo.
Ella soltó un suspiro pero finalmente
obedeció. Sintió que Jue la cogía de la mano y la guiaba apartando las ramas de
los árboles a su paso.
-Vamos, recto, sí, así, muy bien… vale, ahora
quieta. ¿Preparada? Abre los ojos.
Kenni hizo caso y miró a su alrededor. Se
encontraban en lo alto de una roca, debajo de la cuál estaba la laguna más
impresionante que Kenni había visto nunca. El agua estaba tan transparente y
limpia que se veían las piedras grises y blancas del fondo. El sol acariciaba
el agua y se reflejaba en su superficie, brillante y distorsionado.
-Guau. Pues sí que era para tanto.
-Te lo dije.
me ha encantado este capítulo.cuando vas a subir más?????jajajajaja no tardes!
ResponderEliminarMuchas gracias^^ supoogno que seguire escribiendo:D
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